José Raúl Capablanca fue un genio del ajedrez internacional. Aunque eso todos lo saben, lo que quizás muchos se pregunten es el alcance de su talento en cuanto a títulos obtenidos.

El nacido en la capital de Cuba el 19 de noviembre de 1888 fue campeón mundial de ajedrez entre 1921 y 1927. El “Mozart del ajedrez” o simplemente “la máquina del ajedrez” hizo suficientes honores a estos sobrenombres por su capacidad de ser invencible en esa época.

La historia cuenta que el deporte ciencia corría por sus venas desde muy pequeño, con solo cuatro años. A esa edad ya sabía las reglas del juego tras ver diariamente a su padre desarrollar sus partidas como entretenimiento.

Un año después ya Capablanca inició su accionar en el Club de Ajedrez de La Habana. Allí aprendió muy rápido las interioridades de este complejo juego.

Con trece años ya llevó a su aval haber derrotado al, hasta ese momento, campeón de Cuba Juan Corzo y se coronó ese año.

Toda esa historia inicial era solo el comienzo de una trayectoria deportiva envidiable y digna de seguir por su voluntad de mejorar día a día y sobre todo por la constancia e inteligencia exhibidas.

El mismísimo Enmanuel Lasker dijo en 1920 que el genio Capablanca estaba haciéndole demasiada resistencia y renunció al título.

Capablanca perdió 35 partidas oficiales, el 6% del total. Permaneció invicto por más de ocho años, desde el 10 de febrero de 1916, cuando perdió desde una posición superior contra Oscar Chajes; hasta el 21 de marzo de 1924, cuando cayó frente a Richard Réti en el Torneo Internacional de Nueva York.

Se trata de un récord de 63 juegos, que incluyó el torneo de Londres de 1922 y la partida por el campeonato del mundo contra Lasker.

Sin dudas, estamos ante la increíble historia del gran Capablanca, nuestro “Mozart del ajedrez”. Su legado está presente aún en las nuevas generaciones de trebejistas de la Isla. Su enseñanza sigue latente.

Por estos días se juega una edición más del Memorial Capablanca en Cuba donde se reúnen varios de los principales ajedrecistas nacionales y foráneos. A propósito, recordamos su presencia en los tableros de ajedrez.