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Los mensajes de texto a través de correos electrónicos, llamadas telefónicas o el intercambio directo entre las personas son muy comunes hoy día como formas de interactuar entre los seres humanos; sin embargo, ninguno de estos métodos modernos tiene el encanto de una carta de amor.

Los mensajes de texto a través de correos electrónicos, llamadas telefónicas o el intercambio directo entre las personas son muy comunes hoy día como formas de interactuar entre los seres humanos; sin embargo, ninguno de estos métodos modernos tiene el encanto de una carta de amor, escrita de puño y letra.

La historia de la Humanidad recoge múltiples esquelas, en las cuales notables figuras plasmaron sus pasiones hacia la pareja. En esos documentos dejaron ver sus sentimientos, estilo, excelente ortografía y una imaginación que desborda.

Sin importar la clase social, el oficio, las preocupaciones o las guerras, los amantes supieron siempre que la pasión era el engranaje que movía los resortes humanos. Por eso hoy pueden leerse los más maravillosos párrafos, obras de los más extraordinarios hombres y mujeres. Es un deleite leer lo que Carlos Marx redactó dirigiéndose a su esposa Jenny:

“Amor mío: …En cuanto nos separa un espacio, me convenzo enseguida de que el tiempo es para mi amor como el sol y la lluvia para una planta: lo hace crecer. Apenas te alejas, mi amor por ti se me presenta tal y como es en realidad: gigantesco; en él se concentran toda mi energía espiritual y toda la fuerza de mis sentidos… Sonreirás, mi amor, y te preguntarás que por qué he caído en la retórica. Pero si yo pudiera apretar contra mi corazón el tuyo, puro y delicado guardaría silencio y no dejaría escapar ni una sola palabra. Carlos”

A la hora de escribir cartas de amor, cesan los resquemores y se saltan los complejos; es el amor tan fuerte que el poeta se crece, como traslucen las siguientes líneas que Alicia Urrutia escribiera a Pablo Neruda:

“Pablo amor —dice la misiva— quisiera que esta carta llegue el día 12 de julio de tu cumpleaños. Pablo amor que seas feliz. Todas las horas del día y de la noche estés donde estés y con quien sea sé feliz, te recordaré, pensaré en ti alma mía. Mi corazón está tibio de amarte tanto y pensar en ti. Amor amado amor te beso y te acaricio todo tu cuerpo amado. Amor amado amor amor amor mío amor. Tu Alicia que te ama”

Sucede que al afincar un lápiz sobre la hoja en blanco, para armar con ella una complicidad y confesar todo cuanto sentimos por el ser querido, se establece un pacto secreto con el alma, y es como si habláramos en voz alta y expresáramos las cosas que tanto hemos querido decir a ese ser especial que puede o no estar presente o cercano, pues las cartas de amor son también un mensaje para nosotros mismos, un homenaje callado; como esta conmovedora epístola que Yoko Ono dedicara a John Lennon cuando habían pasado 27 años de su muerte trágica:

“Te extraño, John, 27 años ha pasado, y todavía deseo poder regresar el tiempo hasta aquel verano de 1980. Recuerdo todo —compartiendo nuestro café matutino, caminando juntos en el parque en un hermoso día, y ver tu mano tomando la mía—, que me aseguraba que no debía preocuparme de nada porque nuestra vida era buena.

Por: Juan Miguel Cruz

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